martes, 12 de febrero de 2013

Reflexiones de Octubre 2012


Reflexiones Varias

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Zhang Zhen

Para comprenderme a mí misma, no para explicarme ante los demás...

Éste es un tema que me viene grande y del que por supuesto no estoy bien documentada ni instruida. Pero, como siempre, observo y saco mis conclusiones.
Hay una frase que me obsesiona de Ludwig Wittgestein:
Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
Sé que los esquimales no tienen 100 palabras para designar diferentes tipos de nieve. Pero sí puede que tengan una docena y este ejemplo me sirve para lo que quiero explicar. Si tienes tantas definiciones para una cosa, eso quiere decir que la aprecias de 20 maneras distintas, no sólo como copos blancos de escarcha cuajada que terminan formando un manto helado. Parece ser que tienen dos raíces léxicas; una quiere decir " copos de nieve en el aire" y otra "copos de nieve en el suelo". Uniendo a estas raíces varios afijos describen sus diferentes cualidades.
Lo mismo pasa con los sentimientos. Cuantas más palabras tengamos para definir lo que percibimos, lo que nos ocurre, más rica será nuestra vida, más cosas captaremos, experimentaremos... Por ejemplo, no es lo mismo indiferencia que desdén, y debemos conocer esta diferencia para sentir de una u otra manera y reconocer el grado en la escala de los sentimientos. El propio o el ajeno.

Como explican José Antonio Marina y Marisa López Penas en Diccionario de los sentimientos:
Cada campo sentimental (...) tiene una narración básica, un argumento típico, que va cambiando de acuerdo con los desencadenantes, las intensidades, los comportamientos que provoca, o el punto de la historia en que se sitúa el énfasis. Cada una de estas versiones se etiqueta con una palabra.

Así que cojamos el diccionario y pongámonos a aprender más y más palabras, y cuando acabes con tu idioma empieza con otro, pues, como decía Fellini, cada idioma es una manera distinta de ver la vida.
Y la duda entonces es: ¿nos cuesta verbalizar los sentimientos que nos embargan o nuestra paleta de los mismos se ve reducida al no poder conceptuarlos?
Cito de nuevo el Diccionario de los sentimientos:
El universo afectivo está formado por un sistema de representaciones semánticas básicas, que son el resultado de la experiencia. El léxico expresa, analiza, subraya determinados aspectos de esa base experiencial, a la que ayuda a organizarse, configurarse y establecerse.

En este libro, en el que se relatan maravillas y curiosidades sobre nuestra bella lengua (y otras, por supuesto, pues compara), su etimología, estructuran los sentimientos en varios grupos.
Cada representación semántica básica (RSB), se analiza con términos sentimentales. (Es decir, lo que siento, lo expreso con palabras).
Ese RSB lo expresamos con un conjunto de palabras o términos sentimentales (S) que forman una Tribu (T). Esta Tribu está dividida en Clanes (C).
Por ejemplo, tenemos este RSB: el sentimiento provocado por la pérdida de algo o alguien relevante para nuestro bienestar, o por la imposibilidad de alcanzar nuestros deseos y realizar nuestros proyectos. (Esta es la sensación que nos embarga).
Pues hay un conjunto de palabras con las que explicamos este sentimiento (RSB) con sus muchos matices. Al conjunto de palabras (T), lo dividen en los siguientes Clanes (C):
- TRISTEZA: Formado por los siguientes términos sentimentales (S): tristeza, aflicción, dolor, pena, pesar, murria, congoja, consternación, tribulación, amargura,    
                       desdicha, infelicidad.
- MELANCOLÍA: Melancolía, esplín.
- DESAMPARO: Desamparo, soledad, desolación.
- NOSTALGIA: Nostalgia, añoranza, saudade.
- COMPASIÓN: Compasión, conmiseración, lástima, piedad.

En este libro han aislado 22 Tribus, que creen que se dan en todas las lenguas, que agrupan 70 Clanes que no están presentes en todas ellas.
¡¡70 clanes!! Cuántas maneras de sentir, sentimientos, nos estamos perdiendo. Claro que si están relacionados con pasarlo mal, prefiero que mi vocabulario sea muy cortito, sentir que estoy "jodida", y no darle más vueltas. O tal vez si sé analizar exactamente , poniéndole nombre a lo que me pasa, viendo a qué Clan pertenece,   puedo desintegrarlo en sus más pequeñas partes, clasificarlo, ver sus orígenes y encararlo. No considerarlo simplemente como esa fuerza oscura que me ha poseído de repente y de la que no sé ni porqué ni cómo atajarla.

Siguen haciendo agrupaciones de RSB, y pongo el ejemplo más breve:
Tenemos el RSB: Conductas, actitudes y sentimientos provocados por el deseo o la presencia del poder.


1. Definición: aptitud, capacidad, autoridad, eficacia, eficiencia, influencia, fuerza, coacción.
2. Acciones: mandar, disponer, ordenar, intimar, imponer.
3. Acciones recíprocas: obedecer, someterse.
4. Deseo de poder: Ambición.
5. Sentimientos del ejercicio del poder: satisfacción, orgullo, prepotencia, soberbia. 
6. Desmesura del poder: tiranía, altanería, arrogancia.
7. Sentimientos del que soporta el poder: respeto, reverencia, sumisión, rebeldía, miedo, envidia, resignación.

 Ahora la curiosidad estriba en cuáles son esas palabras que se encuentran en algunos idiomas y que no tenemos en el nuestro.
Por supuesto este afán, este interés, es totalmente egocéntrico y egoísta. Quiero analizarme a mí misma, llegar a comprenderme, vislumbrar cómo se forman sentimientos en mi cabeza, su proceso. No me mueve el interés por explicarme ante los demás, no creo que utilice mis descubrimientos para que alguien entienda mejor qué me pasa, por qué he llegado a esta determinación. Porque si hay algo que he aprendido con el tiempo es que las palabras sobran. Los sentimientos se "sienten", se aprehenden. Si está enamorado de ti, si te tiene aprecio, si no te soporta, si se ha cansado... Para ese tipo de sentimientos, que por cierto son para los que se piden más explicaciones, más derroche de saliva, son para los que la intuición no falla y para los que menos discursos hacen falta. Simplemente sentir y hasta luego, Lucas, si es necesario. Otra cosa es que no quieras ver la realidad (que te están dejando o que quieres dejar) y te engañes con que es una mala racha, que se pasará. Alargar la agonía más o menos está en la mano de cada uno, y para ello se suelen emplear muchas palabras. Todas falsas. Todas inútiles. Todas ridículas.
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Mel Bochner

El lenguaje del silencio.

Los silencios. Como no decir nada, no actuar, es una manera de expresarse casi más vehemente que pronunciándonos o moviendo ficha.

Hay ocasiones que no requieren que se diga nada. Pero necesitamos todo el tiempo hablar, hacer ruido, llenar silencios. El silencio nos incomoda. ¿Quién puede mantenerse en silencio con una persona con la que no tenga confianza? Por eso valoramos aquellas relaciones, difíciles de conseguir, en las que estamos a gusto compartiendo largo rato sin hablar. (Y sin poner música, radio o televisión con sus voces que crean "ambiente", sensación de compañía).

No permitir que las palabras interfieran en el sentido. (Sueño en el Pabellón Rojo. Cao Xuequin).

Me llaman mucho la atención algunas películas. Qué poco reales son. Para empezar, por los diálogos, por supuesto, pero también por los silencios. Los personajes se quedan callados, manteniéndose las miradas en situaciones inverosímiles. Algo que no ocurre en la vida real. En cuanto la tensión se puede cortar con un cuchillo, en cuanto nos sentimos incómodos, lanzamos la lengua como una daga, para disfrazarnos, para despistar, para ganar tiempo, para retrasar el momento de la revelación, para pensarlo mejor, por cobardía, por vergüenza.


El silencio tiene un peso, una cadencia. Puede decir mucho más que un chorro de palabras. Puede ser de una intensidad abrumadora, insoportable. Pero nos impone demasiado, lo atajamos en cuanto lo vemos aparecer, sin dejar que se exprese.
En un momento dado, el silencio pasó a ser perceptible y emocionante, y luego, al cabo de un rato, agotador y descorazonador.
(Libertad, Jonathan Franzen).

En un viaje en coche, con alguien que te interesa. Una frase que se ha dicho. Una verdad previamente aceptada sobre la que no se ha hablado. Pero el silencio tiene su tiempo también. Puede ser tenso, excitante, estimulante, interesante... Pero si dura demasiado, suele producir rechazo. Las personas se sienten incómodas y desean romper con esa situación. El silencio violenta. El silencio hace que salgas disparado, que seas antipático, te sientes acorralado.
Hay veces que si se pasa de revoluciones, que si has estado demasiado tiempo manteniendo un silencio tenso, ya no puedes devolver la situación a la normalidad, al estado anterior a ese prolongado mutismo.
Intentas justificar su porqué. "Hoy estoy cansadísima", "me duele la cabeza", "estoy preocupada por algún tema"... No te puede apetecer así sin más. También porque el silencio viene a ser señal de que algo no funciona, de que ha cambiado, no es como antes, va mal.


Esos silencios, que casi se pueden tocar, revelan y remarcan toda la tensión que hay en el ambiente. Tal vez habéis empezado la conversación como si nada pero el silencio va imponiéndose hasta que vais desistiendo, cansándoos de evitarlo. Si el silencio se impone, siempre hay un motivo.

Con palabras disimulamos, podemos disfrazar una realidad, unos sentimientos mutuos de incomodidad. Despistar de lo que no se está diciendo, hablando sin parar. Las palabras hacen que evitemos pensar, son como el ruido, ruido, como una radio a todo volumen.

Si no hablas como una cotorra, eres una persona introvertida, melancólica, tímida. Nadie se plantea que desprecias a esas personas que hablan y hablan hasta que tienes algo que decir. La gente que así juzga suele ser bastante avasalladora, tener poca vergüenza y proclamar a la primera de cambio que eres una rarita. Porque no te interesa ni te compensa perder el tiempo en explicarle tu punto de vista. Nunca lo entendería ni vas a pararte a contárselo. El silencio como desprecio.


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El silencio como antónimo de alegría, complicidad. La extrañeza de todos los que están en una reunión cuando de repente se hace el silencio. "Ha pasado un ángel". Frase que pretende reinstaurar la alegría, la normalidad, los niveles de conversación del principio.

Otras en las que no nos pronunciamos para que no exista ni siquiera la posibilidad de que algo llegue a existir. Al decirlo es como si se hiciera real, hubiera mas posibilidades de que se cumpla. Al darle vida, cuerpo, con nuestra voz, con nuestro vocabulario, el destino cae en la cuenta de que es una posibilidad a considerar.

La señora volvió a guardar silencio durante un rato. Tenía algo que decir, pero a lo mejor, al contarlo, la realidad a la que se iba a referir podía tornarse más auténtica que la propia realidad.
(1Q84, Haruki Muarakami)

Y hay veces que rompemos el silencio para traer de la nada, para hacer que existan cosas. Hablar para dar vida. Por ejemplo:

Hablar para hacer realidad un pensamiento, para decidirnos a llevar algo a cabo, para sentenciar, para dar por hecha una intención.

 -Estoy buscando a una persona- Tango abordó de golpe el tema-. Una mujer.
 Mencionándole aquello a Fukaeri no conseguiría nada; lo sabía perfectamente. Pero quería contárselo a alguien. No importaba a quien; necesitaba contar a viva voz    que había estado pensando en Aomame. Tenía la impresión de que si no lo hacía, Aomame se volvería a alejar un poco más de él.
(1Q84, Haruki Murakami).


Hazel sabía que Gallaguer quería creérselo. Era un hombre que, en presencia de testigos, se decía cosas para creérselas.
(La hija del sepulturero, Joyce Carol Oates).


Hablar para todo lo contrario, para conjurar, para que, sabiendo como sabemos que algo nunca ocurre, ni remotamente, como lo pensamos, provocar para que no suceda.

 -... y el sentido despectivo de tal profecía le hubiese resultado aún mucho más insoportable si no se hubiese consolado con la idea de que ciertas profecías sólo existen para hacer que no se cumplan; son más bien como una especie de conjuro. Los profetas de esta clase se burlan del porvenir prediciéndole lo que va a ocurrir para que luego el porvenir se avergüence de realizarlo al pie de la letra.
(La Montaña Mágica. Thomas Mann).


Hablar para hacer ruido y así comunicarnos, pero las palabras expresadas no tienen ningún significado, dan vueltas en círculo, nunca manifiestan fielmente lo que queremos decir. Mantener silencios para demostrar nuestro enfado. Ponerlo por palabras resulta demasiado vulgar, barriobajero. Además tienes que explicar los motivos y la mayoría de las veces suenan tontos cuando le das forma verbal, pero el malestar está ahí. Los implicados lo sabéis. Al final las palabras son instrumentos, pero instrumentos musicales, bombos, platillos y trompetas que entretienen y despistan de lo que realmente importa.
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La ceguera del ver

La vista está sobrevalorada, ya lo dije en un artículo. Y ahora me reafirmo a raíz de ciertos cosas de las que me he percatado.
No veo la televisión (entiéndase por televisión como antiguamente, la programación de las diferentes cadenas) por una cuestión de principios estéticos, morales y de sentido común. Sólo la enciendo para ver películas. Alguno pensará que es una estupidez ver películas en la televisión cuando te las puedes bajar de Internet. Bueno, yo soy una negada en todo lo que tenga que ver con las tecnologías y no me he bajado nada en mi vida, ni siquiera una canción. No es que esté en contra del pirateo ni muchísimo menos. Pero como mi conexión casera es bastante mala, ¿para qué me voy a poner a aprender? Me da una pereza horrible.

Y además ocurre algo curioso. Por supuesto tengo decenas de películas que me pasó un amigo grabadas en un ordenador. Para verlas cuando me plazca, sin pausas, a mi ritmo y la que me apetezca. Pero el caso es que prefiero ver la programada por una cadena. De las que tengo nunca quiero ver ninguna, no es el momento, no me apetece ese estilo... Pero el día que la ponen, no sé si es porque me voy mentalizando durante el día o vete tú a saber por qué pero me apetece y la veo.

Bueno, pues hay veces que esa película viene dada por un canal con sus respectivas pausas publicitarias. Me niego a que nadie me obligue a tragarme publicidad. No quiero saber qué tipo de chorradas nos quieren vender ahora esgrimiendo argumentos absurdos, melodías insoportables, eslóganes repetitivos y ridículos. Porque antes procuraban que los anuncios fueran ingeniosos, pero ya no sé si es porque el nivel de lo que retransmiten ha bajado radicalmente (y por tanto el público, o más bien al revés, que aquí no se sabe si ha sido primero el huevo o la gallina) o por falta de presupuesto o qué pero son un insulto a cualquier cabeza pensante. ¿De verdad creéis que porque salga un famoso (no voy a entrar si de medio pelo o no, en realidad, ¿qué más da?) vamos a identificar el producto y sus cualidades con las que supuestamente tiene él y nos vamos a tirar a los supermercados a comprarlo? ¿De verdad pensáis que admiramos a cualquier persona simplemente porque sale en televisión, y tanto como para que vayamos a comprar aquello para lo que ponen la cara, previo pago de su importe? Ese argumento está muy explotado ya, en serio, lo único que consigue es cabrear, que alguien piense que vamos a gastar dinero en X por que lo diga Y. Y además el resto del anuncio no está nada currado, contratan al famoso y listo. Ni argumento, ni guiños irónicos, ni cuidado o cariño en la elaboración del anuncio. Salta a la vista.

No creo que mi coche esté más asegurado porque venga un deportista de élite y me lo diga. Y no sé por qué tengo que pagar un plus en el precio de ese servicio ¿porque es más fiable que los demás ya que lo anuncia este hombre?
Ver publicidad me enerva, me da asco y me desespera. Encima me tengo que callar porque no le puedo decir a nadie: ¿es que piensas que soy imbécil?
Así que si he decidido visionar (bella palabra) una película (que seguramente tenga en el ordenador) en un canal que se subvenciona a base de incómodas pausas llenas de productos distorsionados con campañas totalmente absurdas dedicadas a un público al que consideran algo menos que retrasado. En cuanto sale la publicidad quito el sonido y me pongo a otra cosa. Miro mis posibles mensajes del teléfono, pienso en la luna de Valencia o hago lo que se hacía cuando éramos pequeños y venía la pausa: ir al baño o a picar algo.
No quiero tararear sus melodías ni saber la frase graciosa que comparten mediocres oficinistas a la hora del café, por hablar de algo. Porque es ley, obligatorio, en el trabajo ir a tomar café a media mañana (y de paso descentrarte de lo que estés haciendo y perder el tiempo, pero ¡cualquiera se atreve a prohibir ese momento de obligado cumplimiento en todos las empresas de España!) Y más obligado es unirte a ese momento de complicidad y relación entre compañeros. Lo odio, sinceramente. Y hablar de cuatro gilipolleces como lo que has hecho el fin de semana, el último capítulo de esa serie que todo el mundo ve para darle un estímulo a su rutina (que lo más interesante, momento más esperado del día, sea ver qué le ha pasado a fulano en la teleserie, es sinceramente muy triste), el partido de ayer defendiendo como si fuera la vida en ello la jugada de cada uno de sus equipos... Cada uno dentro del rol que haya adquirido en la empresa: el listillo, el raro, el tontorrón, el pelota, el que no se entera, el jefecillo, el veterano, el novato... (versiones masculinas y femeninas, claro).
Todo en el café de la mañana. Paso de unirme. No tengo nada que ver con eses conversaciones, me saturan y hacen que tenga que interpretar el rol esperado de persona integrada, comprensiva, normal. Esa obligación a que me interese por la vida de los demás que no me importan en absoluto. Me cuesta un trabajo horrible. Igual que la hora de la comida. Esas empresas que establecen dos horas para comer. ¡¡Dos horas!! Yo en 45 minutos como muchísimo he terminado. Y no te cuento si me llevo yo la comida de casa... En 30 minutos voy más que sobrada. No quiero saber de las banalidades ajenas, hablar de dietas, de problemas amorosos, de lo interesantes que son este año las rebajas, de cómo de cabrón es el del departamento de contabilidad, del argumento de la serie de la noche anterior y de lo muchísimo que nos hemos reído con esa secuencia, sentir que pertenezco a un grupo porque me ha hecho gracia la misma frase de una película. Comer a su ritmo me exaspera, tener que opinar, hacer que me interesan, enterarme de sus vidas, mostrar curiosidad, tomar tranquiiiilamente el postre, la sobremesa, el café, el cigarrito... Yo al trabajo voy a eso, a trabajar. No voy a hacer amistades y aprecio sinceramente quien va con la misma idea y no te da la chapa ni espera que te integres en un grupo de café-comida- paseo hasta el metro (y si podemos ir algunas paradas juntas, mejor). No voy tampoco a hacer amigos, es posible que surja, pero no me levanto a las siete de la mañana, me como varios atascos, abrigada hasta las orejas porque hace un frío que pela, para conocer gente. La verdad es que no. Y no quiero hacer una parada a media mañana para despistarme hablando de 4 tonterías, la verdad es que tampoco. Me exaspera, me distrae, no lo entiendo. Voy, me hago mi té, y me lo tomo tranquilamente mientras trabajo, no necesito desconectar porque me resulta un esfuerzo tremendo y luego otro tener que conectar.

Bueno, pues estando en uno de estos momentos en los que evito que sandeces acompañadas de melodías estridentes y frases repetidas hasta la saciedad penetren en mi cerebro, me fijé en algo muy curioso. Cuántos detalles perdemos de una imagen cuando va acompañada de sonido. Te percatas mejor en un anuncio porque seguro que ya lo has visto antes varias veces con su respectivo sonido. Si un día se lo quitas rápidamente es como si el sentido de la vista se multiplicara por dos, ves gestos en la cara de los actores, movimientos, detalles de la escena, que te habían pasado desapercibidos. En una película pasaría lo mismo. Pon una escena que conozcas, de un baile, una conversación.... Súbitamente aparecen, como si hubieran estado desdibujados y tomaran repentino color, las personas de alrededor, objetos del decorado, gestos, brillos en las miradas, forma de pronunciar, el detalle de una mano... El sonido atonta, no deja pensar, nos aturde, nos satura, diezma la capacidad de captación del resto de los sentidos. Oír ciega.

Oír aturde, te despista de escuchar tus propios pensamientos. Por eso la gente prefiere dormir con la tele encendida, así se concentran en lo que le cuentan (tipo cuento infantil para ir a la cama), se relajan y duermen. Si apagaran la tele, sus pensamientos tomarían autonomía. Asaltan y se agolpan en la mente, te hablan, se hacen oír, discuten entre ellos, se pelean por ser protagonistas, hablan y hablan, muestran sus nuevas posibilidades... Imposible descansar así.

Algo parecido ocurre con la música, pero ésta estimula, aunque igualmente impide pensar. O nos hace pensar cosas muy extrañas. Depende de la melodía, claro. Pero nos sentimos valientes, poderosas, fuertes. Lo vemos todo fácil. Además, nos importa un pepino. Y por supuesto no invita a la cuidadosa reflexión. No permite el ejercicio intelectual. Acelera y punto. Nos vemos como en un vídeo musical. Muy apta para ejercicios físicos y para evadirnos y dejar de pensar. Por eso me saca de quicio y me parecen sospechosas aquellas personas que trabajan con la radio puesta. Que esgrimen concentrarse más de esa manera. ¿? Lo que no quieren es aburrirse. Y podría entenderlo si ponen música clásica que ademas no sea muy conocida. ¿Pero el típico tema pop con su letrita que nos sabemos de memoria?
Y otra ley es que a mayor volumen, menor capacidad intelectual. Creo que con un volumen muy alto podrías hasta no darte cuenta de que tienes hambre, tan incapaz eres de utilizar el cerebro de manera coherente, de encadenar pensamientos a sensaciones físicas. A mí me aturde y me pone de mal humor, no puedo pensar, hasta me vuelvo torpe, indecisa, nerviosa. Pero si es con gusto, vuelo. Todo se llena de magia. Tampoco puedo comportarme de manera racional y soy capaz de las mayores locuras.


(...) Sí, soy amante de la música, lo cual no significa que la aprecie particularmente, tal y como aprecio y amo, por ejemplo, la palabra, el vehículo del espíritu, el instrumento, el resplandeciente arado de progreso... La música... es lo no articulado, lo equívoco, lo irresponsable, lo indiferente. Tal vez quieran objetar que puede ser clara. Pero la naturaleza también, al igual que un simple arroyuelo puede ser claro ¿y de qué nos sirve eso? No es la claridad verdadera, es una claridad ilusoria que no nos dice nada y no compromete a nada, una claridad sin consecuencias y, por tanto, peligrosa, puesto que nos seduce y nos amansa... Concedan ustedes esa magnanimidad a la música. Bien... así inflamará nuestros afectos. ¡Pero lo importante es poder inflamar nuestra razón! La música parece ser el movimiento mismo, pero a pesar de eso, sospecho en ella un atisbo de estatismo (...) La música es inapreciable como medio supremo de provocar el entusiasmo como fuerza que nos eleva y nos arrastra hacia delante, cuando encuentra un espíritu preparado para sus efectos. Sin embargo, la literatura debe haberla precedido. La música sola no hace avanzar el mundo. La música sola es peligrosa (...) 
He definido a la perfección un aspecto incontestablemente  moral de la música, a saber: que estructura el tiempo a través de un sistema de proporciones de un particular fuerte y así le da vida, alma y valor. La música saca al tiempo de la inercia, nos saca a nosotros de la inercia para que disfrutemos al máximo del tiempo... la música despierta... y en este sentido es moral. El arte es moral en la medida en que despierta a las personas. Pero, ¿qué pasa cuando ocurre lo contrario: cuando anestesia, duerme y obstaculiza la actividad y el progreso? La música también puede hacer eso, es decir, ejercer la misma influencia que los estupefacientes ¡Un efecto diabólico, señores míos! El opio es cosa del diablo, pues provoca el embotamiento de la razón, el estancamiento, el ocio, la pasividad... Les aseguro que la música encierra algo sospechoso. Sostengo que es de una naturaleza ambigua. Y no es ir demasiado lejos si la califico de políticamente sospechosa.
(La montaña mágica. Thomas Mann).




En cuanto Walter se iba a trabajar por la mañana, ella subía el equipo a un volumen incompatible con toda forma de pensamiento.
(Libertad. Jonathan Franzen).

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