lunes, 7 de enero de 2013

El momento acuático en una bañera convencional (reflexiones julio)


El momento acuático en una bañera (convencional)

Se han alineado los astros y tienes tiempo y ganas de prepararte una bañera y tener tu momento "cool", ese rato que debes dedicarte a ti misma para preservar tu espacio, encontrarte y ser un poco egoísta en el sentido "bueno" del término. Sí, vale, esas acciones que por lo visto estamos obligadas a acometer para encontrar el equilibrio y la paz mental.  Bueno, pues entre las de tener tu propio espacio en casa donde nadie te moleste, meditar media hora diaria, darte un capricho gastronómico en forma de croissant relleno de mermelada de frambuesas y rebosante de mantequilla a media tarde o fundir la tarjeta en cuatro compras absurdas porque has tenido un mal día, se encuentra también el topicazo de darte un baño un día de lluvia en el que estés especialmente cansada.
Pero un baño no es llenarte la bañera, sumergirte un rato en el agua y listo. Para que el baño sea considerado BAÑO debe cumplir varias premisas:

Luz tenue a base de decenas de velas (como si pertenecieras a una secta satánica y estuvieras a punto de matar a un becerro para conseguir la resurrección de Belcebú)
Música relajante, algo de jazz, clásica, chill out...
Bacanal de sales, aceites esenciales, burbujas de baño, leche de burra... Cualquiera de esos millones, ¿cuál?, de productos que has ido comprando en tus viajes o excursiones por centros de belleza, enamorada de sus envases y de su promesa relajante, hidratante, estimulante, calmante, vigorizante, extasiante, sensual, descongestiva, energizante...
Cigarrito.
Copa de vino (siempre tinto) o té.

Una vez conseguido este escenario digno de la mejor película americana de suspense y casi sintiendo los ojos del psicópata mirando por la rendija de la puerta entreabierta, maquinando la mejor manera de matarte mientras te introduces en la bañera, se desarrolla el resto de la película.

De entrada, la temperatura del agua. La experiencia te ha hecho partir de una base que toda aficionada al baño debe saber: mejor que esté hirviendo, porque como tire a fría, ¡¡a ver quién calienta eso!! Mientras que si está más bien calentita, una apertura de tapón y algunos litros de agua helada añadidos y listo (acción ecológica del día no es, eso ya lo sabías desde el momento en que decidiste prepararte un baño, pero no es el momento para dar rienda suelta a culpabilidades, y habiendo desperdiciado toda esa agua mejor terminar el acto relajante en sí. Ya compensarás luego y vuelves a reciclar plásticos aunque tener tres cubos para los diferentes residuos ocupen dos tercios de tu cocina).
Así que, ahí desnuda, al borde de la bañera, helándote por momentos, esperas que vaya tomando una temperatura adecuada hasta que te canses y metas el primer pie con su respectiva pierna adjunta, y entonces ¡aprecias lo que es el dolor! Sacas el miembro escaldado y añades más agua fría extendiéndola y procurando mezclarla con una mano que se abrasa mientras el resto del cuerpo se congela. Cuando la susodicha extremidad (y tu impaciencia) deciden que el agua ya está zambullible, metes una primera pierna que te confirma lo precipitado de tu decisión, pero a todo se acostumbra una y el baño ya va cerca de ocupar media hora (de la cual ninguno de los minutos se podrían asociar a un estado parecido al relax) así que te introduces poco a poco y luego de un tirón sin pensar en lo "buenísimo" que es eso para  la circulación, flacidez, celulitis, etc. que hemos leído en esos artículos de belleza que también proclamaban las virtudes de un buen baño.

Vale, tras algunos sufrimientos, puedes confirmar como Neo que: "estás dentro". Ahora toca relajarse, ¿no? Pero, ¿hemos conseguido la suficiente espuma con nuestros productos para que se considere relajante? No. Por mucho que agites la mano para emulsionar y hayas puesto el producto debajo del chorro destinado a llenar la bañera, lo único que has conseguido es que se forme un pegote de espuma en la zona del tapón, donde quedarían los pies, que ya te encargarás de atraer hacia tu cuerpo utilizando las manos como si fueran una pala, haciendo círculos, remando hacia tu cuerpo, luego en dirección contraria para que la nube choque contra el extremo opuesto de la bañera y salga despedido hacia ti, cosa que nunca sucede. Entonces directamente coges la nubecita y te la plantas en la zona de los hombros y escote para, ahora sí, extasiada, escuchar su cri-cri. (Ojo, hemos aclarado en el título que esta experiencia es "vivible" en una bañera convencional, no estamos en un jacuzzi, bañera XXL redonda ni virguerías por el estilo)

Venga, antes de que se enfríe el agua, te recuestas para relajarte y aspirar el aroma elegido... Y ahí ya la has cagado porque el resto del tiempo lo pasas alternando rodillas y hombros en su momento de cálida fruición bajo el agua. Placer para la zona sumergida, suplicio para la que le toca estar fuera, y así sucesivamente. Porque la solución sería no introducir en el agua caliente la zona que no cabe y que aún no ha sido sumergida, es decir, de pecho para arriba, pero ¿quién se resiste a ese momento de gozo hirviente al meternos hasta la nuca?

Ahora, durante la alternancia de zonas al descubierto hay que encontrar el momento de relajarnos y disfrutar de la sensación del cuerpo en el agua, aspirar los aromas procedentes de las sales de baño directo a nuestras fosas nasales, notar cómo hacen su efecto relajante, estimulante o lo que diablos sea que hayas metido en la bañera, deleitarnos con la tenue luz de las velas y su oscilante baile, oír la música... Importante cuidar muy mucho el apartado musical durante la preparación del baño. Si el volumen resulta estar alto, te pondrá de los nervios y hará que salgas de la ducha disparada, mojando todo lo que encuentres a tu paso, porque, convéncete, este aspecto sólo lo apreciarás cuando ya estés dentro del agua. Igual que si está muy baja, estarás más pendiente de que no oyes nada, que aprecias mejor el goteo del grifo o la tele de los vecinos que tu propia selección musical y por lo tanto no estás disfrutando de la experiencia relajante COMPLETA para una vez (y en este plan, cada vez menos) que decides darte un baño y te lo "curras" con sus velas, sales, "desconectando el móvil"... (Sí, entre comillas, porque una cosa es desconectar el móvil y otra muy distinta que te desconectes tú de él).
Para dejar zanjado el apartado musical, recuerda que es muy importante elegir la lista de reproducción adecuada o el CD ad hoc, porque que salte a un tema hard techno tras los primeros de tranquil moments, dará al traste con el momento baño-relax, y olvídate de la radio, los astros se conjugarán para que sólo pongan canciones animaditas o un torrente de diez minutos de anuncios en los que aprenderás las tarifas de ING Direct o los últimos cursos de CEAC Auxiliar de Enfermería.

Zanjado el tema musical, habíamos establecido que un momento relax completo y cool debía incluir un pitillo y una copa de vino / taza de té (dependiendo de los niveles de estrés y necesidades de evasión). Está claro que mantener una mano seca cada vez que quieras dar una caladita es un autentico coñazo. O la dejas fuera, a la pobre, mustia y congelada, o te la secas cada dos por tres.
En el aspecto "bebida", si has optado por la copa de vino, elegante, de pie alto, no dudes que cuando te rebuyas en la bañera buscando la toalla para secarte la mano y poder coger el pitillo y que no se moje y no se moje de paso la piedra del mechero estropeando irremisiblemente el numerito fumador del baño, pues esa copa la tirarás al suelo al lado de las toallas y empapando la ropa que has tirado al suelo de cualquier manera para conseguir el momento previo, realmente sensual, que ese baño requería.
Pero bueno, pongámonos en que no has elegido vino, porque lo mismo estamos a martes y no se trata de utilizar cualquier excusa para catar algo de alcohol y oye, que uno se puede relajar también de manera sana. Así que te has preparado un té, sí, ése que compraste en Harrod´s por una fortuna sintiéndote en el momento de la adquisición muy british, cosmopolita, con clase y estilo, entendida, distinguida y diferente, llena de antioxidantes, de cuerpo yóguico, vida bio, conciencia eco y prácticamente vegetariana.
Porque, ¿para qué sirven esos productos si no es para experimentar un pequeño cambio de personalidad (momentáneo) con todo lo que el artículo proyecta, conlleva e implica? Hola, soy Amparo y bebo té verde (Traducción: soy una chica que se preocupa por su salud, cercana  a las disciplinas orientales, que no quiere decir mística, pero ante todo diferente y con estilo propio).
Una vez adquirido el producto, la euforia de esa sensación de sentirte otra... pues se va descafeinando. De todas formas, dura lo suficiente para que llegues a casa, saques la lata monísima de su monísima caja que han metido en una bolsa más monísima si cabe, y te dispones a prepararlo para confirmar que eres ya esa proyección hecha hombre (mujer en este caso) cuando, ¡oh!, joder, es té suelto (¿esto no viene en bolsitas como la horrible manzanilla que me preparaba mi madre cuando tenía indigestión?), necesitas... ¡un colador!, te lo preparas siguiendo emocionada las instrucciones, descubriendo el arte del té y considerando que te faltan los polvos de arroz y un kimono para no tener nada que envidiarle a una geisha...jejeje... ya está, y ... ¡uhm!, la gente le pone azúcar a esto, ¿no?.... y... ¡uhm!, ¿no hay quien le añade leche?, ¡oh!, no está mal, pero se ha quedado un poco frío... ¡mañana me preparo otro con más tiempo!. Y se queda adornando la estantería dedicada a desayunos hasta que llega el día en el que ha hecho el suficiente frío y ha llovido lo bastante para que te sientas lo suficientemente helada y húmeda como para que consideres que necesitas lo que en estos momentos se hace: darte un baño.

Retomamos el hilo que habíamos dejado en el momento en el que irremisiblemente tiras la copa de vino. Ahí se acabó la puta magia del baño, te levantas empapada y como loca  porque la mancha de vino tinto no es de las que se quitan con facilidad. Más congelada y más mojada que como llegaste de la calle recoges el desastre. Por cierto que al levantarte has mojado el mechero y el pitillo. Después de haber estado manteniendo una mano seca dejándola a la intemperie o utilizando cada dos por tres la toalla (ahora llena de vino) que te habías dejado cerca  para evitar el riesgo de tener que buscarla y tirar toda la parafernalia que habías montado alrededor. O lo que es peor para tus nervios, haces como si no hubiera pasado nada porque esto no va a estropear tu momento relax, y te tiras tres minutos haciendo como que no te importa pero notando, realmente sintiendo, como el vino lo va impregnando todo cual ácido vertido sobre tu piel. Tras varios chirridos de dientes terminas en las mismas: recogiendo el desaguisado.

Pero esta vez has optado por el té (siempre verde), así que no tiras nada y el baño va viento en popa (que para eso estás en el agua). Te pones a buscar pensamientos relajantes y (por lo tanto) alejados de la realidad, tralará, tralará, me aburro, tralará... ¿ha sonado el móvil?, si lo tengo en silencio... ¿me habrá llamado?, ¿qué habrá pensado y qué estará pensando ya que no le cojo el teléfono ni le devuelvo la llamada? Pero un momento, un momento, nada de cosas tontas y mundanas, es el momento de relax.... tic,tac, tic, tac, ¿me he colado de azúcar en el té?, ¿me seco la mano y doy una calada?, ¿no se está quedando el agua fría?, pero no ha pasado el suficiente tiempo para conseguir relajarme, ¿no?

Una vez consideras que se acabó tanto remojo, viene la pesadilla y duda de todo baño: cómo enjabonarnos, porque ¿las sales que hemos puesto tienen propiedades detergentes? No, eran relajantes... Entonces hay que sacar el cuerpo por partes y dedicarnos a su limpieza: una pierna por aquí, otra por allá, brazos y ¡uff!, la peor parte, el nexo de unión de todas ellas, el tronco. ¡Toca salir del agua! Sales, te enjabonas rápidamente y te dispones a meterte de nuevo en la bañera para relajarte por última vez y de una vez por todas, cuando observas el caldo grisáceo que se ha formado con la espumilla y productos entremezclados en un agua medio templada y ya sí que te decides a abandonar tu experiencia de bienestar.

Toalla y vuelta (¿alguna vez saliste?) al mundo real, bastante frío y desordenado, música que no viene a cuento, luces encendidas dándole una pátina deprimente al decorado de tu baño lleno de restos de tabaco, cera de velas, una taza a medias de té frío, toallas, ropa por el suelo, productos de baño... Pero, ¡qué expectación y qué ganas de tirarte a por el móvil para ver quién se ha acordado de ti vía llamada convencional, mensaje, wasapp, chat, email, etc!

Y es un buen rato después, ya seca, con todo recogido y calentita en tu cama, con la recepción de mensajes actualizados en tu disco duro, es cuando saboreas el relax que produce un baño... He ahí el auténtico momento de calma y bienestar. Ni te hace falta oler las sales...

Ojo: no se nos ha olvidado el apartado "pelo". Hemos decidido no lavarlo en este capítulo y la protagonista tiene un cómodo moño, bien alto. Porque si metemos el pelo en el ajo, el artículo sería interminable. Pista: incompatibilidad entre los aceites relajantes imprescindibles en todo baño y conseguir un pelo cercano al concepto "limpio". Así que, de momento, lo dejamos en nivel aficionados, con pelo nos parece ya muy Pro.
Imagen
David Hockney

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