lunes, 7 de enero de 2013

Y volver, volver, voooolveeeeerrr (Reflexiones agosto)



Y volver, volver, vooolveeerrrr........

De las maravillosas vacaciones muy a menudo disfrutamos tanto (o más) la vuelta a casa como el viaje en sí.
Es fantástico pensar, desear, imaginar, proyectar, teletransportarnos a nuestro hogar, dulce hogar. Las vacaciones son estupendas, sí, pero hay veces que te pones en ese trance simplemente para poder disfrutar del reencuentro con tu añorada morada. Hay ocasiones en las que uno planifica viajes muy jodidos (en tiendas de campaña, hostales de mala muerte, en grupo, programados sin un minuto de respiro, transoceánicos, sin alojamiento, acoplándonos con la mochilita en pisos de colegas...) para poder volver a nuestra casa y disfrutarla más que cuando llegamos a ese hotel de un destino recóndito, promesa de aventuras, desconecte y cambio de vida.
Bueno, a lo mejor, he exagerado un poco, pero, sea como sea el viaje, y lo que te ha llevado a hacerlo, podemos distinguir dos fases fundamentales:

1- Preparación y llegada.
Con sus dos etapas: viajas primero con la mente, pensando en el clima, las cosas que se pueden hacer allí, restaurantes que visitar, museos o playas que no te puedes perder, eventos, pueblos cercanos, qué ropa llevar, qué cócteles tomar, programando días, carreteras, mapas...
Y luego viene el viaje en sí. Conviene no planificarlo mucho para que no haya decepciones y te pueda sorprender gratamente. Deja algo a la improvisación y la aventura.

2- Materialismo.
Empieza el cansancio, el hastío y el echar de menos las cosas materiales. Que le den a tu novio, a tus amigos y demás objetos animados (el perro es caso aparte y a éste sí que lo echaremos de menos con máxima intensidad, ése objeto decorativo dotado de movimiento y albedrío puede hasta arruinarnos el viaje de tanto pensar en él y querer verle, no te digo si lo hemos tenido que dejar en una guardería. Pero esto es tema aparte). Nos volvemos materialistas.
Imagen
Li Hui

Si hubiera que hacer una lista y poner en primer lugar lo que con más intensidad se echa de menos en nuestra faceta Willy Fog:
(Puesto muy reñido entre la cama y la ducha, pero nos decantamos por la primera por su importancia y mayor número de horas presente en nuestra vida).

 
1-LA CAMA

A) El Colchón. Lo añoramos intensamente, su dureza, tersura, elasticidad, ¿qué decir del tamaño? Su largo, cuando es demasiado corto y tienes que dormir o pegado al cabecero con el cuello más doblado que una alcayata o con los pies colgando clavándote el canutillo que delimita el final del colchón.
¿Alguien sabe el porqué de ese canutillo? No sirve nada más que para molestar. Por supuesto que sabes que no hay más cama, la sensación de vacío, de tener un pie colgando, es inconfundible. O como si fuera el tope para algún líquido... ¿Tal vez es decorativo? No debía de ser muy útil cuando las camas modernas lo han eliminado. Bien, vamos mejorando.
Y otra cosa a recordar es el ancho cuando de eso no tiene nada. Y encima te toca compartir. Aquí rompemos otra lanza a favor (que se suma a las ya rotas en nuestros años mozos, como si fuéramos protagonistas de un cuadro de Velázquez) y VOLVEMOS a reconocer la utilidad del Tetris de nuestra infancia. Para nuestros padres era esa absurda maquinita en la que nos gastábamos dinero en los billares del pueblo y que luego más tarde sonaba por la casa con su inconfundible melodía rusa para, más popularizada ya, gastar la batería de los móviles. Era ese juego que nos distraía de estudiar (como si hiciera falta un juego, ya ves tú, pero es que hay que buscar siempre una cabeza de turco, un culpable, el chivo expiatorio, porque la hija de mis padres no podía ser así vaga sin más). Vale, pues a día de hoy, hacer integrales o saber resolver ecuaciones de segundo grado no me han solucionado ningún problema, principalmente porque el problema ya lo traían ellas de por sí y rara vez un problema ha venido a solucionar otro problema. O bueno, a veces sí... aunque sería más correcto decir que un problema más grande hace que el pequeño se vea insignificante y prácticamente desaparezca, pero eso es harina de otro costal.
Una ecuación de segundo grado no ha venido nunca a sacarme las castañas del fuego y punto. Situación tipo:

- Puffff, me he quedado sin piso y sin curro, no sé qué voy a hacer, de qué voy a vivir, estoy a cero...
- Joder, qué marrón...
- Menos mal que sé hacer ecuaciones de segundo grado...
- ¿Qué dices? Pues toma las llaves de mi casa y un sueldo vitalicio de 1000 euros al mes.

No se ha dado el caso, que yo sepa, a no ser que hayas dado con un freaky que lleve un tiempo queriendo resolver una ecuación y dé recompensa por ello. Claro que además de freaky tiene que ser tonto porque la ecuación que cualquiera de nosotros sepa resolver no debe ser muy difícil.
Y no es que diga yo ahora que el Tetris vaya a solucionar los grandes problemas del mundo, no, pero en esos momentos en los que la cama peca de estrecha (y es la única que peca de eso porque en la cercanía, cualquier movimiento puede hacer que el otro piense de ti lo contrario) haber jugado al Tetris te da tablas para hacer más llevadera la situación. Los dos de lado en cucharita es una buena opción, pero si uno se pone boca arriba el otro irremisiblemente se tendrá que poner de lado, o al menos levantar un brazo y ponerlo sobre la cabeza porque ¡hay que ver en ocasiones lo que puede ocupar un brazo!, o ponerte boca abajo y dejarlo colgando (y clavarte de paso el canutillo del final de colchón) y así combinaciones y adaptaciones infinitas.

Doy por terminado el tema colchón. Sólo digo que en esto los americanos son más avezados y te ofrecen camas King Size, claro que en hoteles donde no hacen mucha falta, en el típico hostal de carretera, pues no. Nada, nada, no he escrito nada, ya decía yo.


B) La cama en sí. Lo que viene a ser el somier, la estructura si la hubiera. Que no chirríe y que el cabecero no esté suelto, chocando contra la pared cada vez que cambias de postura. Me acabo de visualizar hace años cubriéndolo con un jersey para amortiguar el ruido. Tu cabecero y, más importante aún, el del vecino, máximo si está en plena noche de bodas o practicando empecinadamente para ello. Importantísimo sin piecero en los put... pies, por muy bonito que quede. Porque las generaciones venimos, no sé si con más fuerza (y menos de espíritu), pero sí más altos. Échale la culpa al hambre durante la Guerra Civil, al cacao soluble o a la leche con su calcio, pero ver una cama con piecero me pone los pelos de punta porque ya sé que acabaré con contracturas por dormir (si llego a conseguirlo) hecha un siete (7).
Del colchón a a la cama, pasando por las sábanas: su suavidad, el olor, la tranquilidad de que sólo nosotros hemos dormido en ellas.
Depende de dónde viajes, tu nivel de tolerancia a espacios ajenos y su relación con tu anatomía, baja o sube, a discreción. Lo que se dice adaptarse al entorno. Porque en una cafetería de Madrid no se te ocurre beber de una taza tan limpia que chirría ya que a trasluz has vislumbrado una manchita, mientras que en un viaje por Estambul ni te fijas en el vaso que te están dando, ni, algo más digno de examen, ¡los cubiertos!
Pues con las sábanas igual, no te tumbarías ni "jarta vino" (bueno, jarta de vino tal vez sí) en según qué lugares y, ¡ojo!, según con quién vayas, porque parece que quejarse y ser muy escrupulosa es signo de distinción, de chica fina, delicada. Entonces está la que huele las sabanas, las ojea de arriba abajo con cara de asco, que incluso se ha traído las suyas de casa (sí, yo he conocido un especímen de estos). ¡ A saber qué habrán hecho ahí! Pues y ¿tú qué crees? Habrá gente elegante y decentísima que sólo haya dormido en estado de semilevitación, sin sudar, lagrimear ni babear... Pero habrá habido algún degenerado que haya sobado a pierna suelta con todas sus consecuencias y cabe la posibilidad de que hasta haya echado un polvo con su pareja. Pero bueno, creo que existe la palabra y el objeto conocido como lavadora y el dicho: "ojos que no ven...".
Pero tonterías y afectaciones aparte, cierto es que los niveles de tolerancia a la mugre, a lo ajeno, a lo que no ha pasado por nuestros exigentes estándares de limpieza y pulcritud, fluctúan según el medio en el que nos encontremos. Señal de inteligencia por otro lado. Y que la paranoia y la estupidez no pueden arruinarte un viaje y que son esas cosillas las que luego te hacen decir como resignado, pero claramente regocijado: "como un casa en ninguna parte".
Para terminar con el apartado "La cama y su ámbito: estructura, envoltorio y accesorios", casi mención aparte merecería la almohada, claro. Yo no soy muy tiquismiquis en este aspecto, seguramente porque he tenido suerte en la vida, porque sacando como le saco punta a todo, en este tema no tengo queja. Pero viendo que cada vez más hoteles añaden un menú de almohadas a sus servicios, me hace comprobar, una vez más, que puedo no ser el más coñazo de los mortales, que hay gente tan melindrosa como yo o que tal vez he sido afortunada en ese aspecto (yo y los que han disfrutado de mi compañía en los viajes, y no te digo nada aquellos encargados a los que les hubiera tocado en suerte (¿hacen falta comillas?) solucionarme la papeleta).

Accesorios aparte: mesilla de noche demasiado pequeña para dejar tu kit anti-insomnio (del que trataré más adelante), o demasiado alta que chocas continuamente con ella, luz de lectura a mano y que funcione, ausencia de televisión, temperatura de la habitación, ventanas y posibilidad de ventilación, inexistencia de persianas y tu incapacidad para dormir con una pizca de luz y, cómo no, el ruido. El mundanal ruido a la hora de dormir puede arruinarte claramente un viaje. Los que viven en sitios donde reina el silencio, tener un hotel en el centro de la ciudad y una habitación con vistas a ella puede ser una auténtica pesadilla. Pesadilla que hasta sería muy bienvenida si hubieran conseguido pegar ojo.
Y más y más detallitos, que parecen nimios, pero que son los que van haciendo mella y aumentando tus ganas de volver a casa.

Procuraré no extenderme tanto en el resto de detalles. Pasamos al punto 2:

2. LA DUCHA.
Aparte de los apartes merece especial hincapié todo lo relacionado con el agua: presión de salida, temperatura alcanzada y tiempo invertido en el proceso. Porque es fatal cuando no sale muy caliente pero también cuando no está suficientemente fría. Si eres fan de las duchas escocesas para activar la circulación, del último aclarado helado para dar brillo al pelo o por lo que quiera que sea que inflijas este castiguito, sabes de lo que hablo.
Otro trauma es que tarde en salir caliente. Te vuelves loco con el grifo y no sabes si la C es de Cold o de Caliente y venga a girarlo de izquierda a derecha con el brazo bajo el chorro teniendo la ilusión fantasma de que va templándose, desistiendo a los 3 minutos y volver a girar para, suspirando profundamente, intentar calmarte, y armarte de paciencia, dejar que corra el agua puesta a tope en un sentido y esperar un rato. Eso si estás en un hotel porque en casa de algún amigo ya has salido hecho una fiera con la toalla enrollada de mala manera y dando voces preguntando qué coj... pasa con el put... agua caliente.
Y otro aspecto delicado de la ducha, por no decir el que más, el punto milimétrico exacto en el que la mezcla de agua sale con la temperatura perfecta. Esto es una sabiduría, que como en casi todo, se alcanza con la experiencia. Vamos, que le habrás pillado el punto cuando tengas que dejar el alojamiento. Las primeras veces te conformarás con el agua un poquitín fría o caliente parta tu gusto. Porque los grifos tienen su personalidad, hay que tratarlos, girar un centímetro el grifo de casa puede significar algo muy distinto en el de otro sitio, y la rapidez de respuesta también. Así que giras un poco, no se cambia. Giras algo más, sigue sin cambiar. Otro poco, ¡ahhhh! ¡sale helada! Y es que estaba en proceso de asimilar tus órdenes de "¡a la de ya!". Entonces comprendes que tiene otro tempo que aprenderás tras tres o cuatro citas.

Y los detalles nimios. En un buen hotel es difícil tener queja, pero en alojamientos más de andar por casa (ojalá) o en hogares ajenos tener el número de toallas suficiente (suelo, cuerpo, pelo y cara son las básicas ¿no?) y que sean lo bastante grandes y envolventes, suelen incrementar el sentimiento de morriña.
Por supuesto has tenido que dejar la esponja, el secador y muchos de tus productos porque el tamaño no está permitido en el avión. (Sinceramente, ¿es necesario?, ¿alquien es capaz de hacer una bomba con 100 ml de líquido?, se necesitará algo más ¿no? Y con los controles que hay, ¿es posible que se escapen esos otros ingredientes? Aparte de la siguiente incongruencia: yo he viajado con 50 botecillos de menos de 100 ml, pero que sumados dan para hacer el explosivo en cuestión. No sé el motivo auténtico ni tengo una teoría de la conspiración, pero lo de la bomba no es, no me jodas). Realmente cansa que los días previos a un viaje tu baño parezca un laboratorio con tanto botecillo. También has dejado algunos productos por eso de ir ligera de equipaje. Encima se ta ha olvidado el peine y los discos de algodón (teniendo que desmaquillarte con papel, dejando los ojos llenos de chispitas blancas porque al día siguiente ni te acuerdas ni encuentras una farmacia).
Naderías, naderías que van aumentando el deseo de volver.

3. ALIMENTACIÓN (Incluido el tema "caprichos").
El desayuno. La gente con el tema del desayuno es muy jodida. El primer día asaltamos el buffet con curiosidad y alegría. Probamos todo lo que tienen, hacemos nuestra clasificación de qué merece la pena y qué no, nos apretamos el desayuno inglés, los beans, el bacon, los huevos revueltos, la fruta fresca de varios tipos, toda la variedad de quesos, el jamón, los croissants, las magdalenas, nos hacemos unas tostadas, probamos los zumos, el cacao, el té y el café, si estamos en Asia tomamos dim-sum y si pasamos por Mallorca, sobrasada; los pastelillos, un yogurt y el tazón de cereales. Pero al siguiente día queremos nuestro desayuno de toda la vida. Eso es así. Con el resto de comidas somos más tolerantes pero con la primera colación del día no se juega.
Y sí, tomamos café, pero no en el tamaño de taza que nos gusta, ni con el sabor, matices y aroma del que tenemos en casa, ni la leche hace la espumilla suficiente.
(¿es posible que el tintineo de la cucharilla con la taza sea demasiado estridente?)
Y yo, más conocida como "estómago de hierro", no suelo tener problemas con las comidas: me gusta casi todo, me encanta experimentar y, lo más importante, es difícil que algo me siente mal. No quiero imaginar a los de digestiones difíciles. Pero incluso así, uno de los factores que más nos hacen pensar en HOME es el tema de las comidas. Nuestros sabores, cantidad, recetas. Llega un punto que estas empachado y no ves el momento de tomar la, hasta no hace tantos días denostada, ensalada de habichuelas con tomate y un chorrito de aceite.

Podríamos extendernos con mil detalles más según lo paranoico y/o coñazo que sea el viajero, pero este proceso indefectiblemente culmina en el momento en el que empezamos a tararear, para terminar cantando a grito pelado:

Nos dejamos hace tiempo, pero me llegó el momento de perder
tú tenías mucha razón, le hago caso al corazón y me muero
por volver

'Y volver, vooooolver, volveeeeeeeeeeeeer a tus brazos otra vez,
llegaré hasta donde estés
yo sé perder,yo sé perder, quiero volver, volver,
volver...



http://www.youtube.com/watch?v=0peANtDLVdI


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