lunes, 7 de enero de 2013

Leer en enero


Fragmentos literarios

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Kirsty Mitchell

La montaña mágica
Thomas Mann



Dos jornadas de viaje alejan al hombre - y con mucha más razón al joven cuyas débiles raíces no han profundizado aún en la existencia - de su universo cotidiano, de todo lo que él consideraba sus deberes, intereses, preocupaciones y esperanzas; le alejan infinitamente más de lo que pudo imaginar en el coche que le conducía a la estación. El espacio que, girando y huyendo, se interpone entre él y su punto de procedencia, desarrolla fuerzas que se cree reservadas al tiempo. Hora tras hora, el espacio crea transformaciones interiores muy semejantes a las que provoca el tiempo, pero que, de alguna manera, superan a éstas. Al igual que el tiempo, el espacio trae consigo el olvido; aunque lo hace desprendiendo a la persona humana de sus contingencias para transportarla a un estado de libertad originaria; incluso del pedante y el burgués hace, de un solo golpe, una especie de vagabundo. El tiempo, según dicen, es Lete, el olvido; pero también el aire de la distancia es un bebedizo semejante, y si bien su efecto es menos radical, cierto es que es mucho más rápido.




Y esperar significa: adelantar acontecimientos, significa percibir el tiempo y el presente no como un don, sino como un obstáculo, negar y anular su valor propio y pasarlos por alto. Se dice que esperar siempre se hace largo. Pero también puede afirmarse que se hace muy corto - de hecho es así - porque la espera consume grandes cantidades de tiempo sin que quien las espera las viva o las aproveche en sí mismas. 




Y la sensación que había experimentado otras veces se apoderó de él; aquella peculiar sensación, como soñada y también como de pesadilla de que todo se mueve y no se mueve nada, de cambiante permanencia que no es sino un constante volver a empezar y una vertiginosa monotonía; una sensación que ya le era conocida de otras veces y cuya repetición había esperado y deseado; en parte se debía a este deseo el que hubiera pedido que le mostrasen aquella pieza que pasaba de generación en generación sin que el tiempo pasase por ella.


No me hable de la "espiritualización" que puede resultar de la enfermedad. ¡Por el amor de Dios, no lo haga! Un alma sin cuerpo es tan inhumana y espantosa como un cuerpo sin alma. Por cierto, la primera es una rara excepción y la segunda es el pan nuestro de cada día. Por regla general es el cuerpo el que domina, el que acapara toda la vida y se emancipa del modo más repugnante. Un hombre que lleva una vida de enfermo no es más que un cuerpo; no es lo que va contra natura, lo humillante, pues en la mayoría de los casos el hombre no vale mucho más que un cadáver.


...no era, por lo tanto, el horrible aguijón de los celos lo que atormentaba su alma. Sin embargo, experimentaba todos los sentimientos que experimenta el hombre embriagado por la pasión cuando descubre en otros su propia imagen, sentimientos que forman la más singular mezcla de repugnancia y secreta solidaridad.


Nada es tan doloroso como cuando la parte animal y orgánica de nuestro ser nos impide servir a la razón.





Naturalmente, también pasaba largos intervalos en silencio, por no decir encerrado en sí mismo; pues si bien su interés estaba dirigido hacia el exterior, se canalizaba en un solo punto. Todo lo demás - hombres y cosas - se disolvía en una especie de nebulosa, en una nebulosa producto del cerebro de Hans Castorp (...).
El joven se lo repetía a sí mismo, sin que esta conciencia de su estado le proporcionase las mínimas fuerzas ni siquiera el más mínimo deseo de liberarse de su embriaguez.
Pues la embriaguez de que hablamos se basta a sí misma y nada se le antoja más desagradable o más odioso que la sobriedad. Este estado de embriaguez incluso se resiste a cualquier impresión que pudiera disiparlo, se cierra en banda con tal de permanecer intacto. Hans Castorp sabía y anteriormente había comentado que Madame Chauchat perdía mucho encanto vista de perfil.; su rostro parecía entonces un poco duro y no tan joven. ¿Consecuencia? Evitaba mirarla de perfil, cerraba literalmente los ojos cuando ella (...) le ofrecía ese ángulo. Le dolía. ¿Por qué? Ahí su sentido común debía haber aprovechado la oportunidad para imponerse... Pero ¿qué se puede esperar? (...)
Hans Castorp estaba entusiasmado, y no solamente por verla tan guapa, sino también porque aquello hacía más espesa la dulce nebulosa que flotaba en su cabeza, porque reforzaba aquel estado de embriaguez que se basta a sí mismo y no desea sino verse justificado y alimentado.




Pero sucedía lo que un día había descrito a Joachim: al principio, uno siente irritación y rechazo pero, de pronto, surge "algo completamente diferente" y que "no tiene nada que ver con el sentido común..." ¡Y se acabó el rigor moral!  (...) ¿Qué es ese "algo" - (...)- cuál es ese misterioso contratiempo que paraliza y anula el sentido común, que priva al hombre del derecho a usarlo, o mejor dicho: le insta a renunciar a tal derecho en aras de la más insensata enajenación? No pedimos saber su nombre, pues todo el mundo lo conoce. Nos preguntamos sobre su naturaleza moral y - lo confesamos francamente - no esperamos recibir una respuesta muy elocuente.




...no hacemos sino girar en círculo con la esperanza de alcanzar una meta que, después de todo, ya es el punto de inflexión hacia otra cosa... Un punto de inflexión en un círculo sin salida.




Como bien puede usted ver, lo que trae la confusión al mundo es la desproporción entre la rapidez del espíritu y la terrible pesadez, la lentitud, la resistencia y la inercia de la materia.




Era tan interesante que casi me pareció siniestro..., pues lo interesante siempre tiene algo de siniestro.




Sencillamente, quería decirle que a veces es muy difícil discernir la estupidez de la inteligencia. Es tan difícil separarlas, están a un paso tan pequeño la una de la otra, ¿verdad? (...) Sin embargo distinguir la estupidez de la inteligencia a veces constituye un auténtico misterio; y a veces también tenemos derecho a interesarnos por los misterios, siempre que sea con el sincero deseo de profundizar en ellos en la medida de lo posible.




Castorp, viejo amigo, usted se aburre. Todos los días le veo con gesto mohíno, lleva el hastío escrito en la frente. Parece usted un alma en pena. Claro, con el despliegue de emociones fuertes al que está acostumbrado, en cuanto no se le ofrece una sensación de primer orden cada día, se me enfurruña y no soporta las épocas de vacas flacas.




...y el sentido despectivo de tal profecía le hubiese resultado aún mucho más insoportable si no se hubiese consolado con la idea de que ciertas profecías sólo se hacen para que no se cumplan: son más bien como una especie de conjuro. Los profetas de esta clase se burlan del porvenir prediciéndole lo que va a ocurrir para que luego el porvenir se avergüence de realizarlo al pie de la letra.




No sabía cómo exactamente y prefería no hacer conjeturas al respecto, pues la experiencia le había enseñado que todo - hasta el hecho más nimio - transcurre siempre de un modo distinto al que uno tenía pensado.




El regreso de un difunto - mejor dicho: desear que regrese - es algo muy complejo y delicado. En el fondo, y dicho abiertamente, es algo imposible de desear, es inviable; es un error, pues, bien pensado, el mero hecho de desearlo es tan imposible como la cosa misma, como se demostraría si la naturaleza hiciera posible lo imposible; y el dolor que sentimos ante la pérdida de un ser querido tal vez no es sólo dolor por la imposibilidad de que vuelva a la vida sino más bien porque ni siquiera nos es dado desear que lo haga.





(...) Sí, soy amante de la música, lo cual no significa que la aprecie particularmente, tal y como aprecio y amo, por ejemplo, la palabra, el vehículo del espíritu, el instrumento, el resplandeciente arado de progreso... La música... es lo no articulado, lo equívoco, lo irresponsable, lo indiferente. Tal vez quieran objetar que puede ser clara. Pero la naturaleza también, al igual que un simple arroyuelo puede ser claro ¿y de qué nos sirve eso? No es la claridad verdadera, es una claridad ilusoria que no nos dice nada y no compromete a nada, una claridad sin consecuencias y, por tanto, peligrosa, puesto que nos seduce y nos amansa... Concedan ustedes esa magnanimidad a la música. Bien... así inflamará nuestros afectos. ¡Pero lo importante es poder inflamar nuestra razón! La música parece ser el movimiento mismo, pero a pesar de eso, sospecho en ella un atisbo de estatismo (...) La música es inapreciable como medio supremo de provocar el entusiasmo como fuerza que nos eleva y nos arrastra hacia delante, cuando encuentra un espíritu preparado para sus efectos. Sin embargo, la literatura debe haberla precedido. La música sola no hace avanzar el mundo. La música sola es peligrosa (...) 
He definido a la perfección un aspecto incontestablemente  moral de la música, a saber: que estructura el tiempo a través de un sistema de proporciones de un particular fuerte y así le da vida, alma y valor. La música saca al tiempo de la inercia, nos saca a nosotros de la inercia para que disfrutemos al máximo del tiempo... la música despierta... y en este sentido es moral. El arte es moral en la medida en que despierta a las personas. Pero, ¿qué pasa cuando ocurre lo contrario: cuando anestesia, duerme y obstaculiza la actividad y el progreso? La música también puede hacer eso, es decir, ejercer la misma influencia que los estupefacientes ¡Un efecto diabólico, señores míos! El opio es cosa del diablo, pues provoca el embotamiento de la razón, el estancamiento, el ocio, la pasividad... Les aseguro que la música encierra algo sospechoso. Sostengo que es de una naturaleza ambigua. Y no es ir demasiado lejos si la califico de políticamente sospechosa.

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